Le latían las sienes, y un sudor frío se deslizaba por su cuello. Encerrado en aquel cuarto oscuro, sin ventanas, ni muebles, ni nada, maniatado a la silla y amordazado, sin saber dónde estaba ni por qué. ¿Cuánto llevaba allí? No sabría precisarlo: horas, acaso días.. Ya no estaba seguro de mucho, el tiempo allí se dilataba y se encogía sin seguir una lógica. Estaba desorientado, malnutrido y sediento, las muñecas le dolían terriblemente, las cuerdas le habían provocado rozaduras al intentar desatarse. Nunca estaba seguro de cuando pasaría, intentaba estar alerta para cuando llegara la próxima visita, pero por mucho que lo intentara siempre lo pillaba desprevenido. Invariablemente, se abría la puerta y recortada contra una luz cegadora... la misma silueta. Silencio. Siempre reinaba el silencio, aquel desconocido nunca decía nada, solo se acercaba y lo miraba de frente, interponiéndose entre él y el foco, a contraluz era imposible adivinar ninguna de sus facciones.
Recordó como al principio había tenido miedo, y cómo después había empezado a preguntar a su captor dónde estaba o por qué, y siempre recibía el más absoluto de los silencios como respuesta. Día tras día se repetía la situación, pero hoy sería diferente ya estaba cansado de todo esto, fuera lo que fuese aquello que se supone había hecho este castigo era desproporcionado; había luchado todo lo que sus fuerzas le permitían y ahora ya no le quedaban apenas. Ya no lucharía más, había perdido.
Lo despertó el terrible aura proveniente del marco de la puerta..¿cuánto tiempo llevaba durmiendo? Miró con los ojos entrecerrados a la figura que quieta y callada lo inspeccionaba, y tuvo el impulso de volver a preguntar pero se reprimió, nunca obtenía respuesta así que hoy no sería diferente. Además ya no le importaba, sólo quería acabar. Agachó la cabeza, y cerró los ojos, ya no le importaba nada. Cuando el silencio es tan abrumador, te envuelve, te abraza y hace que los oídos te zumben. Le sobresaltó el ruido de los pasos, que lentamente se acercaban, pero no levantó la cabeza, ni siquiera miró. Tenía a ese desaprensivo justo delante, hubiera podido alzr la vista y mirarle a los ojos, pero no quiso, en lugar de eso apretó más los ojos como si pudiera hacer que desapareciera de allí con solo pensarlo, con solo desearlo, pero no pasó nada.
La puera se cerró de golpe, todo quedó de nuevo en silencio.
-----
Tendido en la camilla, rodeado de aparatos y conectado a los sensores, las constantes de John eran continuamente monitorizadas, aunque nunca había cambio. Como cada día, el doctor entró para terminar su ronda con la visita a aquel hombre comatoso. Se acercó al paciente, tomó del bolsillo de su bata una pequeña linterna y la encendió a la vez que le abría primero un párpado y luego el otro: la reacción pupilar a la luz era correcta. A menudo había inspeccionado a hombres y mujeres, incluso niños, en estado de coma pero nunca había tenido la sensación que cada día llegaba a su encuentro cuando examinaba a John. Cuando le miraba a los ojos, podía sentir como si al otro lado del sueño él también lo mirara, y esa sensación lo desconcertaba tanto que había llegado a erizarle el vello en más de una ocasión; sin embargo hoy fué diferente, no tuvo esa impresión, y aunque persistió en la revisión más tiempo del que era habitual no consiguió encontrar ese atisbo de vigilia que siempre le sorprendia. Finalmente se dió por vencido, apagó su linterna, se encaminó hacia la puerta y la cerró tras de sí.