lunes, 5 de noviembre de 2007

LA CREACIÓN DEL LUNES

El sol de media mañana se filtraba a través de los cristales iluminando la estancia de piedra en la que se encontraba José. Sentado en su escritorio ordenaba unos papeles mientras oía de fondo el bullicio de la gente al pasar por la calle. Levantó la vista y observó con detenimiento su despacho, las estanterías repletas de libros sobre testimonios y conocimiento que tanto y tanto tiempo había pasado estudiando. No pudo evitar reprimir una sonrisa al recordar los años de estudio con sus compañeros, y también al acordarse de los nervios en su primer día de trabajo. Parecía que había pasado una eternidad desde todo aquello, y al pararse a pensarlo se dio cuenta que no hacía ni cinco años. Cinco años que había pasado ordenando papeles y atendiendo peticiones, igual que hoy. No podía quejarse.. al fin y al cabo era su vocación, sonrió de nuevo.


Ensimismado estaba en sus pensamientos José, cuando de repente llamaron a la puerta de su despacho.


-“Adelante”. Dijo en voz alta.
-“Con permiso, buenos días”.
-“Buenos días, Ana”, respondió él.

Observó a Ana a la claridad del mediodía y se dio cuenta de que llevaba el pelo suelto, una discreta melena castaña y rizada que le caía sobre los hombros.
-“Deberías llevar el pelo recogido, sabes que somos muy estrictos en ese aspecto”, le dijo él con una sonrisa. "Pasa”.

Ella entró cerrando tras de sí la puerta con delicadeza, en esta construcción de piedra cualquier mínimo ruido retumbaba como un cañón.

-“Si te soy sincera, lo llevo así porque sé que te gusta”, dijo Ana dedicándole una sonrisa.
-“Ana, ¿Otra vez vamos a hablar de lo mismo? Sabes muy bien cual es mi opinión con respecto al tema”, dijo José tiernamente.
-“No cariño, sé la opinión que tu crees que debes tener, la que nos han dicho que debemos tener, pero no sé que es lo que piensas tu”.

José la miró sonriendo a los ojos, le volvían loco aquellas dos perlas ambarinas, y la nariz respingona y esa boca tan fina en la que se adivinaba una dentadura perfecta, pero sabía que no podía ser.
-“De sobras sabes la política de la empresa”, dijo sonriendo. “Nada de relaciones entre empleados. Toma asiento por favor”, dijo levantándose de su butaca y rodeando la mesa en dirección a una de los das dos sillas que se encontraban al otro lado del escritorio. Ana se acercó y José le dedico una nueva invitación con la mano, indicándole que tomara asiento.
-“No me vengas ahora con guasa, me parece una norma absurda y a ti también, lo que ocurre es que no lo reconoces”, dijo Ana mientras se sentaba.
-“Ápeame el tonito”, dijo él mientras se sentaba también. “Además sabes bien que las normas no las pongo yo, las pone el jefe”.
-“Pues es una tontería, como otras tantas cosas que dice”.
-“Eh!, un poquito de respeto, que estás hablando del director de todo esto”, dijo él con la risa entre los dientes. “El tío se lo ha curraó y ha levantado todo esto de la nada, aquí no había nada cuando él llegó y mira ahora…”.

Ana y José se miraron a los ojos muy seriamente, y no pudieron evitar reírse al unísono. Era así como se habían ido acercando poco a poco el uno al otro, a lo largo de todos estos años de trabajo conjunto. Las bromas y el sentido del humor habían sido su lazo de unión, un lazo que poco a poco se fue estrechando hasta que fue demasiado tarde. Humor que ya solo compartían en la intimidad, lejos de miradas y oídos ajenos.


-“Sí que es verdad, tienes razón, el jefe está hecho un tío currante.. lo malo es lo del hijo hippie” Se rió suavemente. José también sonrió. “Me mata verte por los pasillos y no poder darte un beso”,dijo ella.
-“¿Te crees que para mi es fácil simular indiferencia cuando te veo pasar? ¿Temiendo que alguien pueda verme y atar cabos?,” dijo inclinándose levemente José hacia delante. “Es una tortura, saber que estás ahí y que no puedo estar ahí contigo”.
-“Pero entonces,,,,”
-“Entonces nada”, la interrumpió firme pero suavemente. “Es una cuestión de principios, cuando entramos aquí sabíamos perfectamente cuál era la filosofía de empresa, cuales eran sus normas, nos las explicaron, las entendimos y las aceptamos por motu propio. Ahora no puedo desdecirme”. Él le cogió la mano y la puso entre las suyas. “Dime que tú me comprendes, necesito saber que me entiendes Ana. No me hagas hacer escoger entre el amor y el honor”.
-“¿Amor…Honor?, que bonito sería que pudiéramos ahora tú y yo sentarnos juntos y reír o llorar, sin preocuparnos de los demás. Es muy injusta esta situación que nos ha tocado vivir, José”.
-“Ya lo sé cariño, ya lo sé”.

Se miraron en silencio durante unos segundos, fijamente a los ojos, cogidos de las manos. Sus rostros que estaban a unos centímetros de distancia transmitían amor y ternura. Poco a poco los dos juntaron muy despacio sus cabezas hasta que sus frentes y sus narices coincidieron, quedando apoyados el uno en el otro.
-“No te pongas triste mujer, sabes que estos raticos a solas siempre nos quedarán, no es mucho pero menos da una piedra.” José levantó su cabeza a la vez que muy delicadamente levantaba el rostro de Ana con un delicado movimiento de su mano. La besó muy tiernamente en la frente y le dijo “Sonríe, que cualquiera que te vea con esa cara va a pensar que tienes mal de amores” y le guiñó un ojo mientras sonreía.

Ana no pudo evitar sonreír, él siempre la hacía sonreír. Tomó aire muy profundamente, lo miró y ambos se levantaron.
-“Vaya, vaya, vaya qué hora es!!”, dijo José mirando el reloj de péndulo de la pared, “las doce menos cuarto ya, llego tarde.”.
-“Bah!, si cruzas el patio y llegas de momento.” Dijo Ana mientras colocaba bien las dos sillas.
-“Ya mujer, pero tengo que prepararme”, dijo mientras se abrochaba el último botón de la camisa. “A ver, creo que lo llevo todo”, dijo José mientras se inspeccionaba palpando los bolsillos.


Entretanto Ana había aprovechado para hacerse un recogido, y ahora lucía un discreto moño ajustado a la nuca, como mandaban las normas. Se alisó bien el vestido y cogió del escritorio una carpeta. “Me llevo las actas José”.
-“Perfecto -respondió-, espera me voy contigo”. Apagó el flexo y se aproximaron a la puerta de salida. Ana apoyó su mano izquierda sobre el picaporte y antes de abrir se volvió hacia él. Ahí parado a medio metro de ella, con la luz que entraba por los arcos de piedra le parecía terriblemente atractivo”, lo miró y no pudo evitar morderse el labio inferior mientras le hacía una carantoña de niña pícara. Con sus 31 años no podía evitar seguir haciendo esas carantoñas que tan características habían sido cuando era adolescente.
-“No seas mala”,dijo José con tono paternalista. “Ten cuidao, ya sabes que dicen que el jefe se entera de todo lo que hacemos y decimos… y hasta de lo que pensamos!!!”. Ambos se rieron.

Ana abrió la puerta y salió mientras José se colocaba rápidamente el alzacuellos y la seguía. Mientras cerraba la puerta un grupo novicias, pasó junto a ellos saludándolos efusivamente y a coro: “Buenos días madre superiora, buenos días padre José”.
-“Buenos días respondieron ellos a la vez”.

Poco a poco se apagó el ruido de las pisadas, que retumbaban en los claustros de piedra del convento de Santa Isabel.
-“Qué de jaleo, como retumba todo en esta construcción”, dijo Ana.
-“Los conventos y las iglesias es lo que tienen”, dijo José sonriendo. “Me voy que llego tarde, y a ver quién dice misa. Hasta luego Sor Ana”.
-“Buenos días tenga usted, padre”. Respondió ella.

Él le guiñó un ojo y se apresuró rápido a través del patio hacia el templo, mientras las campanas de la iglesia comenzaban a repicar. Ella lo miró alejarse, carraspeó y comenzó a caminar. Tenía que ir a hablar con el jefe y precisamente ahora tenía turno de ruegos y preguntas…

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